Hay una Mujer en la tierra:
Que cuando tu naciste o formaste parte de su familia cambió su vida, su tiempo y su forma de pensar
Que da su corazón y entrega sus fuerzas cada día para sacarte adelante y enseñarte a vivir.
Que quiere aprovechar y exprimir cada momento al máximo.
Que desde entonces tiene sentimientos encontrados al ver como creces cada día y siente dicha y nostalgia cuando avanzas dando pasos de gigante por la vida.
Que te tiene un amor que a su vez es eterno e infinito.
Que se siente tremendamente afortunada porque sabe que tu, su hijo (a) eres el mayor tesoro que podría tener.
Que ha pasado y pasa muchas noches de insomnio, horas de correr tras de ti: días, meses y años inventando cientos de maneras para camuflar las verduras y el pescado.
De aguantar peleas y tolerar con toda la paciencia del mundo la infinidad de sinsentidos que tiene la vida.
Una mujer que es paciencia, entrega, sacrificio, perdón, compañía, amor, bendición, protección, cuidado y demás etcéteras que ocuparían muchas páginas de muchos libros, pero lo más importante de todo es que es un REGALO DE DIOS.
A esta mujer la llamas y siempre la llamarás MADRE. Palabra santa, palabra de amor, de entrega, de lucha, de amiga, de consejera.
Y para muchos, hay una Mujer en el cielo. …
Que siguen y permanecerán unidos a ella de una forma sagrada, por un hilo invisible que lo divino sostiene.
¿Qué tiene ese corazón de una madre que se ata al mío?..., que soy su hija/o
“Y llega un día en que te escuchas hablando como ella, cocinando como ella, regañando como ella, cantando como ella, enseñando como ella, escribiendo como ella, llorando como ella. Y con cada paso vas entendiendo todo lo que alguna vez criticaste.
Y entiendes los límites, los retos, las preocupaciones, los miedos. Y agradeces que estuvo ahí, acompañándote de cerca, cuidando, vigilando. Y agradeces sus desvelos, sus sacrificios, su tiempo. Llega un día en que te miras al espejo y la ves. Porque unos 9 meses estuvisteis dentro de ella, pero ella siempre va a estar dentro de nosotros”.
¡Cómo olvidar tanto cielo dibujado en su rostro! Ese último aliento. Esa última mirada.
Ese último abrazo sorpresivo…
Y ahora sí, al mirarme al espejo, la veo a ella. Sigue viviendo. En el recuerdo sagrado que llevo dentro. Porque al fin y al cabo sé que nunca me deja sola. Y me enseñó con su vida, lo que el poeta “Mía Couto” dice en uno de sus poemas: “Lo importante no es la casa donde vivimos. Sino donde en nosotros, vive la casa”.
Victoria Florit
MADRE, palabra de amor