El título del artículo de hoy parece el de una novela cervantina, o si me apuran de Miguel Delibes y su “príncipe destronado”. Tiene un poco de novela picaresca y de novela del Siglo de Oro
“Cosas veredes hermano Sancho”, le dijo D. Quijote a Sancho Panza. Y esta semana las hemos visto con el Fiscal General del Estado quitándose y poniéndose la toga para bajar y subir a estrados y declarar parcialmente.
Para escribir sobre la justicia y el derecho hay que elevarse. Es buena oportunidad un avión como en el que estoy, además volando ente turbulencias, para iniciar este artículo y un tema que me es familiar, por ser mi profesión. La justicia no, entiéndaseme, el derecho. Justicia y derecho y su identidad o divergencia, es casi el debate sobre la cuadratura del círculo.
Vivimos en un mundo tan trastornado por las turbulencias, como este vuelo. El mundo y el avión me tienen igual de mareado, pero siempre con optimismo, de que el avión no se caiga y de que no llegue el Armagedón.
Este quita y pon de la toga, tiene mucho de simbólico, malo, y de una nueva caída de símbolos, también malo. Todo lo de este tema es malo.
En el mundo del derecho, los abogados y fiscales, tenemos un pequeño privilegio, en caso de estar siendo objeto o sujeto de un procedimiento penal. Podemos estar sentados con la toga puesta en estrados y podemos declarar también desde allí. El estrado es ese lugar un poco elevado, unos tres escalones o menos, en donde se oficia la tragedia de la justicia.
En el Supremo, esto impone, salas grandes de altos techos decimonónicos, lámparas lujosas de cristal, mesas de madera noble, bancos corridos tapizados en terciopelo. Si es en un juzgado de pueblo, esto se devalúa bastante, sillas como se puede, mesas de madera barata, estrados más o menos, a lo mejor ni hay elevación o solo se sube a la tarima sin escalón.
También por la propia mecánica de derecho a la defensa, tal y como se entiende en España, existen varias diferencias sobre la verdad. Verdad material, verdad formal, verdad jurídica, verdad tipológica delictiva, verdad psicológica pero no jurídica, verdad informativa o periodística, busquen más verdades, o postverdades,y las encontrarán. También rigidez formalista, presunción de inocencia, en caso de duda se debe absolver, y las máximas posibilidades para la defensa entre las que están no declarar, no responder a todas o algunas de las preguntas, no responder a las defensas o las acusaciones o al juez sobre las preguntas que se formulen. El lugar en donde está la última palabra es el estrado. Lo trabajado o investigado con anterioridad no deja de tener un valor indiciario, mas no de prueba plena. Esta ha de ser conseguida en un único acto, pleno de oralidad y de inmediatez. Por inmediatez se entiende la presencia personal directa de los jueces que han de dictar sentencia con las pruebas que se practican en ese acto ritual del juicio. En todo caso un drama, que puede derivar hacia comedia, sainete, sátira, vodevil, musical, revista, “can-can”, Ópera, ballet, flamenco o , y esto es lo peor, tragedia.
En este contexto, el que los jueces hayan entendido que existen indicios de que el Fiscal General del Estado es autor, en la forma de autoría que sea, de una filtración de datos que afectan al secreto profesional, es terrible para el sistema democrático y por supuesto para la práctica de la abogacía por la pérdida de confianza que supone en el sistema de trabajo. Es algo que a un abogado no se le ocurría ni pensar que podría ocurrir, pero se produjo y esto es otro golpe más al sistema de la justicia. La existencia de indicios en un proceso penal, excede a la mera sospecha. Por la sospecha no se abre juicio, se investiga por la UCO, por los indicios sí.
Se llega a juicio no por la sospecha, sino por unos indicios, que, en este caso, necesariamente han de ser sólidos, por la importancia institucional del acusado. No por una cuestión del “lawfare”, tan de moda, en el que no creo. La escenografía del Supremo no se pone en marcha de forma superficial o baladí, ni un tribunal colegiado funciona de manera atolondrada o basada en afán de protagonismo. Los magistrados no tienen ya nada que demostrar, son necesariamente muy buenos sin excepción, y están por encima de afanes mundanos, de presiones, y tampoco necesitan sobresueldos o sobres. Se llega aquí no por cuestiones políticas sino porque se ha considerado suficiente lo que había para llegar. Y este es un hecho, de por sí, gravísimo. Algo hay, seguro. Que este algo no sea verdad penal y no lleve a la condena, es lo mas deseable para cualquier acusado, incluido el Fiscal General del Estado, pero desgraciadamente no es lo más deseable ya para nada. El umbral de exigencia a un Fiscal General del Estado, para dimitir, ya se ha sobrepasado hace tiempo. La idea absolución no es dimisión, o la de condena es dimisión, no es lo que vale, la que vale es la de los indicios y el banquillo.
El Fiscal General del Estado debió enfrentar esto como persona dimitida, por la limpieza absoluta de su institución. La absolución ya no vale para nada, pero estamos en tal barro que lo que se busca es mantener la posición como sea, y no ser permeable a valores que hemos considerado esenciales…hasta hace poco tiempo. El fiscal ahora está destogado y embarrado.
El gesto de quitarse la toga y sentarse a declarar fuera de estrados, no es un gesto democrático o de igualdad con el resto de los ciudadanos. Para esto debió haberse quedado sin la toga desde el primer momento, abajo como todo el mundo. Pero si estamos buscando la verdad de las cosas, el detalle de acogerse a su derecho a no responder a los abogados de la acusación, es tan feo como el de la toga. Es su derecho, pero no le queda bien a las puñetas de la toga de defensor de la legalidad del Estado.
La imagen de todo esto no es si es culpable o no, la imagen es que no está jugando limpio, ni personal ni institucionalmente y esto es al margen de si es condenado o no. La dimisión debió haberse producido y la dimisión debe producirse aunque lo absuelvan, que más da al sistema, comprende que a él si le dé más, claro. Hay personas que, por la posición que tienen, no pueden permitirse utilizar determinados derechos. La esposa del Presidente del Gobierno puede, pero no debe, utilizar el derecho a no declarar. El Presidente del Gobierno puede, pero no debe hacer ir al juez a la Moncloa, para una vez allí no declarar. El Fiscal General del Estado puede, pero no debió acogerse a su derecho a no responder a las preguntas de la acusación particular. Koldo puede y se comprende que se acoja en su caso a su derecho a no declarar. Jessica, Miss Asturias, la fontanera de Moncloa, y toda la peña subalterna y alguacilada de monosabios y conseguidores comisionistas de varas que desde siempre bien van por la banda de un partido o de otro, no generan sorpresa si lo hacen. Hay otros silencios que generan sospechas, que no indicios, y estas sospechas son malas, porque vienen de ellos mismos, y no del mundo exterior a su propia conciencia.
Durante estos días hemos vivido también los sesgos de la prensa en la búsqueda de la condena o la absolución. El Mundo y el ABC, están buscando resaltar todo lo malo y se alegrarán de la condena. El País y TVE, especialmente el programa de la noche de comentario de la actualidad, están por todo lo contrario. De las posiciones de El Mundo, el ABC o El País no puedo decir nada porque yo no les pago, ni soy accionista, pero de la posición de la televisión pública, teóricamente de todos, si puedo decir, me enfada muchísimo su pérdida de imparcialidad, o si quieren, el sesgo en la forma de abordar los temas, porque tengo la sensación de que nos toman por idiotas iletrados manipulables a todos.
Se ha cerrado el juicio y declarado visto para sentencia. No he buscado ni la condena ni la absolución, verdaderamente me dan igual las declaraciones. Me he quedado más, en otra verdad, en la política, en los gestos, porque los gestos implican valores, y los valores implican actos. Para mí, el juicio, sin saber el resultado, entendiendo por juicio todo un proceso que ha durado tiempo, ya está resuelto. Como a todos, al ciudadano que se toga y se destoga de Fiscal General del Estado, le deseo la absolución. Al que declara y no declara, miedo, ¿algo que ocultar que no esta claro?, le deseo la absolución. A todo el mundo le deseo la absolución, incluso la Iglesia Católica absuelve, con penitencia. El fiscal ya ha tenido su penitencia, lo que no me gusta es que haga endoso de su penitencia a la fiscalía y al sistema democrático. Yo no tengo porque pagar su penitencia, aunque sea la de banquillo.
La frase para la historia de este proceso, está muy en la línea de la postverdad, la dijo el Fiscal General del Estado: “A la verdad no se la filtra”. Traducido, es verdad luego no hay filtración ni revelación de secretos, o sea el fin justifica los medios. Lo que no explicó el fiscal es que entiende por verdad y por filtrar.
Y ahora hasta el debate sobre la condena o la absolución que nos espera. ¡Qué pereza!