Nos subieron a la puerta de la salida del colegio de los jesuitas, en los autobuses. Todos los alumnos, debíamos ir al cine Arango, en pleno centro de la ciudad. Una excursión a un salón de cinema, era como ir al “cinema paraíso”, para quien como yo no había ido más que a las sesiones del cine del colegio.
El “25º año triunfal” del fin de la guerra civil, había sido estructurado por el régimen, con tácticas nazis de publicidad, para realzar con una película la figura del Generalísimo y Caudillo Francisco Franco Bahamonde, y para exhibirla de forma masiva en los cines privados. No recuerdo nada de su contenido, era un personaje que se incrustaba en la zona del cerebro para olvidar.
Muchos años después, en Larache, Marruecos, pude recorrer la plaza central de la ciudad, de arquitectura netamente colonial, y el café o casino español, el lugar donde más kifi he olido en mi vida. El aroma de la marihuana se mezclaba con el sabor del té a la menta, y solo con olerlo una viajaba, y en esas levitaciones volví al recuerdo del nombre “Franco, ese hombre”, en blanco y negro. Pude imaginar las botas, el pistolón y el espadón del uniforme de oficial africanista del futuro general, “Franquito”.
En aquel lugar había pedido su admisión en la logia masónica Lexus, Larache en latín, de los militares de la plaza, y se le había votado no, por la oposición, entre otros, del teniente Fermín Galán, después capitán que se levantó en Jaca contra la monarquía, en 1931. Fusilado. No había duda del hecho masónico de Franquito el Africanista, un salvaje del tenor de Millán, cofundador de la Legión Extranjera, y de su rechazo.
En la polarización militar del momento, Franco representaba la línea africanista frente a los peninsulares, sustentada por los ascensos rápidos a base de tiros y de heridas de guerra. No eran, no, los más intelectuales del ejército, sino los más brutos.
Terminó el episodio masónico de Franco, resurgiría en Fobia, con otra idea que también formó parte de la biografía. Su hermano Ramón, el aviador, muerto por aquí, sí lo fue, personalidad completamente opuesta, y su padre, Nicolás, con el que se llevaba mal, también. De estos polvos vinieron parte de los lodos del régimen.
Entre un recuerdo y el otro han pasado muchos años y, en medio, años de franquismo, de transición hacia la recuperación de la monarquía y de democracia constitucional presidencialista. Entre el vigésimo quinto año triunfal y el cincuentenario de la muerte del laureado Capitán General. Estamos en el cincuentenario de su muerte. Ya no queda ni la tumba en la que fue enterrado.
En estos momentos en que vivimos el resurgimiento de la derecha franquista, disfrazada de constitucionalista y encarnada en Vox, se habla de un blanqueamiento del franquismo, y también se ve una confrontación visceral con todo lo que tenga que ver con él, con el instrumento de la memoria histórica y la memoria democrática. Es como un karma: no conseguimos librarnos ni del franquismo ni de la guerra civil, ni de la república, ni de la monarquía borbónica de Juan Carlos I y sus “memorias”, ni de nuestro pasado en general.
Sigo sin acordarme del contenido de la película y tampoco he tenido ganas de volverla a ver. Antes bien, lo contrario: después de un fuerte impulso hacia la democracia y un sistema híbrido, monarquía federal, los nombres no me importan, estamos retrocediendo a las coordenadas de 1931 y a las de 1936-1939.
Todo esto vive aún entre nosotros. Franco, ese hombre, estará enterrado en otro lugar diferente al Valle de los Caídos o en Cuelgamuros, pero su presencia resulta indudable y, en sí mismo, fue también un personaje complejo.
Le pregunto a un amigo psicólogo: dime, desde tu perspectiva profesional y teniendo en cuenta lo que se ha escrito de Franco, qué personalidad tenía. No quiere entrar en ello, es demasiado complicado. Es un ejemplo de lo que hay en el cincuentenario que esta semana ¿conmemoramos?, ¿celebramos?, ¿recordamos? No sé la palabra.
Yo no tengo problema en entrar a ello desde mi punto de vista y, de esto, sí que creo que puedo hablar casi en calidad de testigo. Salvo la subjetividad, y que cada uno cuenta la historia contemporánea según sesgos inevitables personales. Comienzo con la película del vigésimo quinto año triunfal y con mis pantalones cortos de la “prepa”, la preparación al ciclo escolar.
Desde la perspectiva de un barrio obrero en el que me crié, las cuestiones prioritarias en aquel vigésimo quinto año triunfal eran sobrevivir, tener trabajo y pagar el piso que el grupo social Francisco Franco había edificado en los extrarradios de la ciudad. Esos que aún conservan hoy la placa del yugo y las flechas. La misma que ahora se va a quitar por ser un símbolo franquista y contraria a la memoria histórica.
No existía clase media. Había gente rica, que eran sobre todo empresarios, grandes empresarios, que vivían en sus barrios lujosos de altos muros, que iban a sus caros colegios, y que podían salir fuera de España. Pero el resto vivíamos como podíamos. No había coches, no había electrodomésticos, y venía la lechera todos los días con el burro, y el bombero, con las bombas de nata, o el mielero de la Alcarria con sus alforjas a casa.
Veinticinco años, pues vacíos de la nada, con emigrantes fuera, que cuando venían parecían Mr. Marshall y que lo único que te ponían delante es lo diferente que era el mundo fuera de aquella España triunfal. Nada de política, nada de pluralidad, salvo los certámenes de coros y danzas bailes regionales, y España, una, grande y libre, y ¡Arriba España!.
Las chicas al Servicio Social obligatorio, también había diferencia entre las pobres y las ricas, los últimos presos políticos saliendo a la calle. Mi tío Antonio, entre ellos, después de más de 20 años de cárcel, por maestro y comunista, andaluz.
No se hablaba de política, en las casas ni de la guerra. En voz baja se hablaba de fusilados, pero como algo ya pasado, como el que dice mala suerte, y muy poquito. Se daba la circunstancia de que un primo político de mi padre, policía durante la República, lo habían cogido escapando en un barco desde Avilés, y después fusilado en una esquina del patio de mi colegio, donde después se hizo la cancha de baloncesto. Recuerdo el sitio aún hoy, del muro.
Política inexistente salvo por los cauces reglamentarios, las Cortes, los procuradores elegidos por los tercios, sindical, familiar, y del movimiento. El partido socialista desaparecido, y el partido comunista, derrotado en todo lo que fue el fenómeno de “los guardaos” o “los fugaos”, del maquis guerrillero.
Se vivía en un cuartel, España era una comisaría con un patio de armas, y con un general al mando de todo, funcionando como si estuviéramos en la mili.
¿Libertad?, la misma libertad que la de un patio de armas. Pantanos, concentraciones agrarias, concentraciones poblacionales, movimientos de tierras y de personas a nuevos centros de producción agraria y de concentración poblacional, pero todo pobre muy pobre y de muy bajo nivel, como hecho por la compañía de servicios de un regimiento.
Entre Franco, ese hombre, y la entrada en la universidad, las cosas se fueron suavizando, dentro de que al General no había quien le llorase, y ciertamente el aumento del nivel de vida de los españoles permitió que los hijos de la clase obrera, por medio de becas y una universidad pública muy barata, accediesen a la formación superior, pero no libre.
A cambio de esto, todo controlado y sin hablar de política o a la calle o a la cárcel o al Primero de Mayo día del Trabajador, a manifestarse para ir al mismo sitio. Cosas que hoy consideramos absurdas por obvias allí eran motivo de condena e ingreso en prisión, Carabanchel por todas las cárceles, por pensar y por hablar contra el régimen.
No había derecho a la discrepancia, solo a la prisión por pensamiento por atentar contra la seguridad del Estado. La fusión entre Estado y Franco era total, el Estado era Franco. No había más cultura que la cultura censurada o de la inteligencia de la generación del Jarama que escribían como podían y midiendo las palabras al censor.
Obviamente fundado en un aparato de propaganda intelectual neonazi basado en Agustín de Foxa, José María Pemán, Sánchez Mazas, y al principio Dionisio Ridruejo, y soportado por los pistolones falangistas de la Guerra Civil, Girón de Velasco y compañía. Tonto no era. Lo que empezó siendo un levantamiento militar, ilegal naturalmente, y sin legitimación alguna, de una personalidad psicopática, sin miedo ni empatía, sin que le temblase el pulso si tenía que matar hombres o salmones. Yo creo que le daba igual.
Un pescador en Asturias, y cazador de montería, pero al general se le cerraba el río para él, se cerraba el monte para él, como en los “Santos Inocentes” o “la escopeta nacional” con los animales a presa puesta.
Acabó todo siendo un cementerio de elefantes controlado en el cuartel, en la lista revista. La Iglesia Católica diocesana, que pasaba factura de sus muertos, un elefante, los nacionalsocialistas de Falange, que pasaba factura de José Antonio Primo de Rivera y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, otro elefante, la sección femenina dirigida por su hermana, otro más, a lo que sumó el Carlismo, más bien mamut que elefante porque era más prehistórico. Y de ahí el uniforme de los gobernadores civiles, camisa azul, boina roja, correajes, yugo y flechas bordados rojo ayer, y chaqueta blanca de gala, con su uniforme como los colegas de los cuarteles, y un ejército de alféreces provisionales, ex divisionarios de Rusia, y los Reyes Católicos, además de la guardia mora.
Así se hizo el conglomerado que duraría cuarenta años y más. Montar España como un cuartel a partir de un mito fundacional erróneo y manipulado datado en el año 1492, con Isabel, Fernando y Colón, y mantenerlo contra los contubernios, en su lenguaje, demócrata, judío, masón, etc., no era fácil tarea, pero lo consiguió, y se murió en la cama, un poco después que los últimos cinco fusilados en Hoyo de Manzanares.
Este es Franco, ese hombre, en su cincuenta aniversario, ¿podría explicarme alguien, qué es lo que se puede blanquear de todo esto? Ni Dios, ni la iglesia, ni el nacional socialismo tradicionalista. Ni tampoco la monarquía Borbónica. Ha perdido el blanqueo después de las “memorias” de Juan Carlos I, y ya antes desde el momento que Sabino Fernández Campo dejó de ser el jefe de la casa del Rey. Tanta simpatía a Franco con un 23 de febrero ambiguo del que Juan Carlos I ha vivido de los réditos, tampoco hay quien lo blanquee, ya.
La terminación del franquismo hace cincuenta años ha sido el hecho histórico contemporáneo más relevante para la Península Ibérica; esto sí que no puede ser blanqueado. Lo de atrás tampoco hay quien lo blanquee, por mucho que se hable de pantanos y de la Arcadia feliz. Jamás existió.